La esclavitud y la servidumbre han existido desde que existen los estados, como resultado de las relaciones de dominación de unos pueblos sobre otros. Los griegos construyeron su civilización con el trabajo de los ilotas y los romanos con los esclavos de su imperio. La esclavitud siguió existiendo durante el cristianismo, pero se dio, principalmente entre blancos. En la España y Portugal de la reconquista se creó la servidumbre contra los musulmanes a través del sistema de “encomiendas”. Esta servidumbre que obligaba a los vencidos a servir a los nuevos amos en las tierras conquistadas, se fundamentaba en la obligación que les asignaban los reyes y la iglesia a los encomenderos de llevar a los infieles conquistados al seno de la iglesia del dios verdadero. Institución que se trasladó a América tras la conquista ibérica.
En la Inglaterra de Cromwell se vendieron como esclavos en Barbados a los sobrevivientes de la masacre de católicos en Drogheda, ciudad irlandesa que no se quiso rendir. Los siervos podían ser apaleados, mutilados y con frecuencia muertos con impunidad.
En los futuros Estados Unidos en Virginia, tierra de los peregrinos y de la democracia norteamericana, donde el negocio del tabaco se hizo con siervos de origen británico “bajo contrato inglés” (identured servants) que duraba de 5 a 7 años para alcanzar la libertad si sobrevivían a las duras condiciones de vida y trabajo.
En el libro Racecraft: The Soul of Inequality in American Life, Barbara y Karen Fields destacan como la servidumbre de los blancos, fue muy dura, pero como era temporal tenía perspectivas de liberación. Sin embargo, con el tiempo, dados los maltratos y abusos se transformó en peligrosa para la colonia por el trasfondo libertario de la cultura inglesa. Después que en 1676 un cierto número de libertos a los que se unieron siervos y esclavos blancos promovieron la mayor revuelta conocida en la América colonial, destrozando bienes, incendiando la capital y obligando al gobernador real a esconderse.
En este contexto la importación cada vez mayor de esclavos africanos vino a abastecer las necesidades de las haciendas de mano de obra. La esclavitud de los africanos ya no fue temporal como lo era con los blancos, sino que se transformó por ley en 1661 en perpetua y heredable a los hijos.
Sometidos a esta ley esclavista, siendo los africanos fácilmente ubicables por su color, lo que les impedía mimetizarse con el medio como lo hacían, después de cierto tiempo los siervos blancos, se crearon las condiciones para el florecimiento del racismo. Un fenómeno nuevo que ha marcado la historia de América y sigue teniendo repercusiones sobre las relaciones sociales y políticas hoy en día.
En el pasado los perseguidos por razones religiosas judíos y musulmanes en la península ibérica, o católicos en irlanda podían al menos formalmente cambiar de religión y mimetizarse con la población local, las diferencias de color de los rasgos físicos han restringido esta alternativa a los afrodescendientes y a los nativos americanos.
Esta condición facilitó, a pesar de haberse derogado formalmente la servidumbre y la esclavitud su exclusión posterior, en los sistemas de gobierno patrimonialistas que bajo el nombre de repúblicas establecieron los criollos. Sentando las bases para el desequilibrio estructural que ha aquejado e impedido el buen funcionamiento de las repúblicas latinoamericanas y dejando heridas profundas, no superadas aún, en las comunidades norteamericanas donde la riqueza se construyó sobre el trabajo de los esclavos. De tal forma racismo abierto o subyacente, “pecado original” de la conquista y colonización sigue siendo, en mayor o menor escala según los países, el parapeto del patrimonialismo que ha permitido a los grupos gobernantes servirse manteniendo la exclusión de las mayorías.
Se puede decir que este racismo surgido de la colonia ha contribuido a mantener niveles de exclusión de amplios sectores de afrodescendientes e indígenas, en mayor o menor o medida en todo el continente americano. Exclusión que en las actuales condiciones y exigencias de la sociedad del conocimiento resulta ser un peligroso lastre no solo para el desarrollo sino para la estabilidad del tejido social y político.
Este es un problema estructural que deben enfrentar las políticas públicas abriendo condiciones y estímulos para el avance social como el que inició siendo presidente de Brasil Luis Ignacio (Lula) da Silva en Brasil promoviendo la apertura de 29 universidades Federales en las regiones deprimidas donde los jóvenes no tenías oportunidades de superación profesional. Este tema también debe colocarse sobre el tapete para tomar decisiones de largo plazo que desalienten la emigración y la incorporación de los jóvenes al negocio del narcotráfico.
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